Girasoles para Carlota: duelo en una familia interespecie

Por Mónica Lino

Introducción

Hablar del duelo por un animal no humano suele ser motivo de burla o minimización. Vivimos en una sociedad especista que jerarquiza las vidas según su especie y que rara vez concede legitimidad al amor o al dolor que sentimos por nuestras compañeras y compañeros animales. Pero compartir la vida con otrxs seres implica también enfrentarnos a su partida. Y hacer duelo por ellxs es un acto de justicia emocional, de ternura radical y sí, también de resistencia política. Este texto es una carta de amor y despedida para Carlota, una conejita que llegó a mi vida tras sobrevivir a la crueldad de la experimentación animal y que transformó a mi familia. Lo comparto desde el fondo de mi corazón. Es mi deseo que algún día podamos vivir en un mundo donde cada vida sea reconocida como valiosa, más allá de su especie.

En mi formación universitaria, como médica, he llevado cursos de tanatología y en ellos nunca se abordó la pérdida de un integrante de la familia que perteneciera a otra especie. Nunca se habló de lo doloroso que puede ser, de lo difícil que resulta, a veces, seguir adelante. Por eso escribo, para sanar  y para que sepamos que no estamos solxs, que debe haber alguien más pasando por lo mismo. Y sé que le ayudará leer esto, porque se sentirá acompañadx y comprendidx.

Sobre la partida de Carlota

Me encontraba en otra ciudad cuando el 8 de marzo mi hermano marcó a mi mamá para decirle que había llegado del trabajo y había encontrado a María Carlota, la conejita, muerta. Ya han pasado casi dos meses de su partida y extrañamente casi no he llorado su pérdida. Lo primero que hice al saber lo que pasó fue llamarle a mi pareja, Ally, para darle la noticia y decirles a mis amistades cercanas. Era un día de lucha y de festejo para las mujeres, pero para mí fue un día entumido, en blanco. Pasé de intentar convencerme a mí misma y a mi mamá de asistir a la marcha en la Ciudad de México, a no saber qué hacer con mi vida. No sabía si continuar con lo que estaba haciendo en la gran ciudad o si regresar a la mía, al norte de México. Lo único que pude hacer ese día fue programar su cremación con una empresa funeraria por WhatsApp. Mi papá recibió sus restos en una urna al siguiente día.

Estos dos meses han sido extraños. Llegué el 5 de abril a mi casa y no estaba en la puerta esperándome. Su platito donde tomaba agua, que dice “Te quiero”, ya no tenía agua purificada. Su cobijita estaba doblada en mi recámara. Sólo pude guardar sus cosas en una bolsa para conservar su sutil olor a agua de jamaica y esconderla en el fondo del clóset.

Mi papá, que decía que era una «muchachita muy bonita», dejó de comprar plátano y de hacer sus mezclas de semillas y arándanos, de hacer su smoothie matutino. Todos los días, a las 5 de la mañana, Carlota lo esperaba en la puerta de la cocina para recibir su ración de fruta y de semillitas para el desayuno. Él cuenta que un día ya había preparado todo y emplatado su desayuno, cuando volteó al piso y ella no estaba. No recordaba que había partido. Esto hizo llorar a mi mamá. Incluso a mí me hace llorar, mientras lo relato. Ahora mi papá se prepara un jugo verde en las mañanas. Le pregunté por qué ya no hacía su smoothie de fruta y me dijo: “por la Carlota”.

Las canciones de Enya, Paul Mauriat y Chuck Mangione dejaron de sonar en el Google Mini de la sala. El escuchar La Bikina, de Luis Miguel, sólo hace que nos rueden las lágrimas con el verso de “altanera, preciosa y orgullosa”, algo que caracterizaba a Carlota. Para la familia se volvió viral la canción D.T.M.F. de Bad Bunny y ahora nos provoca tristeza y nostalgia.

Así fue como Carlota se convirtió en una integrante no humana de la familia, que nos trajo felicidad, soporte emocional y nos compartió su amor por el cilantro y el apio. Así fue también como vivimos juntos el duelo por su muerte.

Un poco de historia de Carlota

Ella fue sobreviviente de experimentación en una práctica de laboratorio de farmacología básica. La primera vez que entré a la licenciatura en medicina me opuse a las prácticas con animales. Todo esto minó mi salud mental, por lo que tuve que salir de la universidad un tiempo y reiniciar mis estudios en otra escuela que no hacía prácticas con animales.

La conejita que me dijeron que “no pasaría la noche” sobrevivió casi 9 años. Recibió amor, cuidados, cariño por parte de todos los que la conocieron o supieron de ella. La nombré María Carlota porque en esos días leía Noticias del Imperio, de Fernando del Paso y me gustaba una pintura de la princesa Carlota de Bélgica que se encuentra en el Castillo de Chapultepec y que ilustra la portada del libro. El nombre fue perfecto para ella. Desde que llegó a casa y pudo despertar a pesar del medicamento adiministrado el día anterior, fue una pequeña diva. Descubrió y amó el sabor de las fresas, de los frutos rojos, del cilantro, del apio orgánico, de la alfalfa y del heno (adquirido en un lugar muy específico). No le gustaban ciertas marcas. En cuanto a las croquetitas para conejo, sólo le gustaban las que le compraba mi pareja en San Diego. Aprendió a ir al baño en una cajita y se aficionó a morder los cables, de preferencia, los más caros.

Me imagino que nadie de quienes experimentaron con ella y pensaban abandonarla en el cerro cercano a la Universidad, se imaginó que sobreviviría casi 9 años, a esa práctica de abuso y explotación. Así como que se convertiría en un ser libre, feliz, amado y respetado, cuya presencia transformaría la calidad de las interacciones de una familia humana.

Sus restos descansan en una urna y se plantarán girasoles y  No me olvides en su honor. Espero que sobrevivan en el clima desértico, para pensar que no se fue, que sólo se transformó en flores y que siempre estará ahí conmigo.

Comparte

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *