Una experiencia con los animales de laboratorio, a propósito del Dia Mundial del Animal de Laboratorio

Ingresé a la carrera de medicina en el año 2013, padecía depresión, pero pensaba que todo saldría bien, ya que me encontraba muy emocionada por cumplir ese sueño que tenía desde niña, ser médico investigador. Lo que nunca esperé, fue el observar muchas cosas que me sumergieron cada día más en un abismo, lo cual, junto con otros problemas, me hicieron tomar la decisión de desertar en el año 2017.

Era primer semestre, en el laboratorio de disecciones, no contábamos con modelos humanos ni cadáveres para el estudio en la materia como en otras universidades, porque la directora de la escuela pensaba que era un gasto innecesario, a pesar de que mi docente decía que era necesario el que tuviéramos cadáveres, pero se vio en la necesidad de improvisar como en las generaciones anteriores, así que hicimos una disecciones de patitas y corazones de cerdo. Aquí debemos recordar que estudiaba MEDICINA HUMANA.

En esos días no lo pensé mucho, para mí solo era una pata y un corazón de cerdo, patita a la que le jalaba los tendones de los músculos extensores, o también observar los ventrículos derechos e izquierdo, junto con las aurículas en el corazón, además que como mencioné al inicio, yo solo pensaba en sobrevivir un día más debido a mi episodio depresivo.

Talvez y todo comenzó a cambiar cuando fue mi turno de recoger órganos de cerdo para las prácticas. Tenía que acudir al rastro municipal temprano con un oficio expedido por la escuela de medicina, solicitando órganos para prácticas de laboratorio. Al llegar al rastro municipal, solo pude percibir olor a muerte, ruidos de maquinaria y al fondo de ese ruido, el llanto de animales que eran asesinados y destazados para después ser distribuidos en mercados y carnicerías de la ciudad. Lo único que pensaba en ese momento era, ¿Cómo vive la gente de enfrente con ese ruido y olor?, mientras recorría una extraña sensación en mi cuerpo, ¿Así huele la muerte? También me preguntaba. Finalmente, salió un hombre del rastro, me dio una bolsa de plástico color negro con corazones de cerdo y me fui de nuevo a clases.

Llego el momento de un nuevo semestre y del laboratorio de fisiología, donde el docente era un médico veterinario zootecnista. Para cada práctica necesitábamos una rata o un conejo el cual “sacrificábamos humanamente” rompiéndoles la columna vertebral o con dosis letales de fármacos, esto lo hacíamos para poder observar el funcionamiento de sus órganos pequeñitos. Ellos siempre dieron resistencia a su manejo, siempre se defendieron, ellos se negaban a morir, ellos te miraban a los ojos pidiéndote ayuda, pero para mi docente y mis compañeros, ellos eran solo ratas y conejos.

Lo mismo paso en el laboratorio de inmunología, donde ocupábamos visualizar ganglios, utilizábamos también conejos, para lo que el instructor solo nos dijo desde la primera clase:

— no le pongan nombre, no les hagan caricias, porque se encariñarán con ellos y será difícil sacrificarlos —

Usábamos dosis letales de fenobarbital o de Propofol directo al corazón, nos dijeron que seguirían vivos, pero no sentían dolor ni estaban conscientes, pero sé que ellos tenían miedo y no querían morir, me lo dijeron con su mirada, con esos ojos grandes, rojos, brillantes, con esa mirada tan única me pedían ayuda. Lo único que pensé en ese momento es que mis compañeros de mesa de laboratorio eran unos estúpidos incompetentes y lo mejor era que yo me encargara de administrar el medicamento y de diseccionarlos porque ellos los lastimarían, que no eran dignos de hacerlo. Y lo hice cada práctica de laboratorio, hasta que un día no pude más.

El siguiente semestre fue el laboratorio de farmacología básica, mi docente, un médico militar, solo me dijo:

— ¿Si te llega un paciente empalado a urgencias, también vas a llorar?

— Para estudiar medicina debes de tener vocación y dudo que la tengas

No pude contestarle y decirle que no, no iba a llorar por un paciente empalado, que es muy diferente, un paciente humano a hacerle daño a un animal inocente, solo pude llorar sentada en una esquina mientras mi compañero Gustavo jugaba a los malabares con un el cadáver de un conejo bebé. Las prácticas de farmacología incluían hacerlos fumar cigarros, administrarles paracetamol por varios días para poder observar daño a pulmón o hígado, o provocarles un paro cardiorrespiratorio con algun medicamento para ver cuánto tiempo duraba en hacer efecto el medicamento.

La última práctica de farmacología se le administró vecuronio en dosis normal a un conejo y en dosis letal al segundo conejo, teníamos que medir el tiempo que tardaba en morir el segundo, mientras que el primero observaba como moría su compañero, ¿A quién se le ocurrió tal atrocidad? ¿Le gustaria ver a su hermano morir igual como paso con ambos conejos?

Ahora sé que no había ninguna justificación para realizar esas prácticas, que hay simulaciones u otro tipo de practicas que no involucran animales, pero antes no lo sabía, o si lo sabía, pero no sabia como hablar, como levantar la voz, y solo me hundí más en el abismo.

El siguiente grupo tenía práctica de laboratorio, sobrevivió el conejo control, me dijeron que no sabían si sobreviviría la noche, era hembra, de un mes y medio aproximadamente y estaba dormida, solo la tomé y me la llevé a mi casa, esa noche ella despertó y supo que estaba en casa y no le pasaría nada.

Era el año 2017, varias materias con exámenes con buenas calificaciones, pero la cuales había reprobado por inasistencia debido a que me negaba a participar en ese tipo de actos, y no se me dio ninguna alternativa para poder cubrir el porcentaje de laboratorio debido a mi negativa de practicar con animales, por lo que un miércoles en mayo del 2017 decidí darle clic al botón de baja permanente.

Hoy es el año 2024, y la conejita que no pasaría la noche tiene actualmente 8 años, se llama María Carlota, amante del tomate y el apio orgánico, aunque hay días que prefiere el cilantro. Ambas logramos retomar medicina y terminar la carrera sin dañar a un animal de otra especie.  Ahora solo puedo darles gracias y pedirles perdón a todos ellos que murieron en el camino por mirarme a los ojos, porque es lo único que me mantuvo viva ese tiempo y han sido mis guías en este camino para liberarlos a todos.

Carlota en 2021
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