Por Angélica Miotti. Abogada, activista política y feminista.
En la foto, con Gerard, feliz, rescatado por la Fundación Santuario Gaia, en España.
Resumen de un ensayo. Parte I. Agosto del 2025
Las semillas de Lo Animal es Político fueron plantadas hace ya un tiempo, luego germinadas y abonadas, al día de hoy siguen siendo cultivadas y cosechadas. Es decir, luego de varios años de acuñar este término y de darle vueltas, someterlo a críticas, cuestionamientos, revisiones sobre su contenido, alcance y rigor, no es un tema acabado. No es fácil definir y determinar de manera taxativa sus significancias, conceptos y alcances. Lo Animal es Político tiene muchos espacios donde materializarse, explicarse e impactar. Mi ensayo está dividido en dos perspectivas distintas y complementarias entre sí: la causa en sí misma y nuestro activismo (aquí incluyo tanto a las personas activistas, como a nuestras emociones). Ambas son, o deberían ser entendidas como, eventos políticos.
Estoy convencida de que los activismos deben ser situados, pragmáticos, estratégicos, incrédulos ante el enemigo, sujetos a un crecimiento y aprendizaje constante. Son fundamentales las autocríticas constructivas permanentes, las revisiones internas. Es necesario politizar las emociones, no estancarnos, adecuar, superar, sofisticar argumentos y “aburrirnos” de los mismos de siempre. No permanecer demasiado tiempo en el mismo espacio conceptual, sobre todo mientras el mundo y la crueldad, cambian y avanzan vertiginosamente.
Esta reflexión, este exhorto, es una parte de lo que entiendo cuando propongo el término Lo Animal es Político. Otra parte tiene que ver con establecer que “lo político” no se reduce a los partidos, a los gobiernos, o administraciones públicas específicas, sino que alude a un concepto amplio de herramienta de transformación, perspectiva, teoría y acción. Por esto, cuando el activismo se asume como apolítico, considero que en realidad renuncia al poder individual y colectivo que tiene para cuestionar y transformar la realidad (comenzando por la más cercana).
Despolitizar la causa por la liberación de los demás animales y despolitizarnos como activistas, permite que la frustración gane muchas partidas y hace más difícil aún el diseño de estrategias eficaces, de proyectos sostenidos en el tiempo, de grupos fortalecidos, reflexiones pragmáticas y contextualizadas. Redirige la destrucción hacia el interior del movimiento que aboga por esta causa y facilita la disputa de los egos. Somos seres políticos desde que vivimos en una sociedad compuesta por personas humanas, no humanas y demás seres que habitan otros reinos, en la que tomamos decisiones, generamos impactos, aceptamos normas, entre otras cosas.
La política es también una actividad explícita y auto instituyente, necesaria, imprescindible. Permite disputar sentido y disputar el poder. Es una forma de producir transformaciones, de crear, de limitar y (re)orientar al poder. De crear, expandir, criticar o hacer aplicar leyes, de hacer trabajar a la administración de justicia como se espera de ella. En este sentido, la actividad política individual y colectiva, es una forma de ser y estar para cuestionar lo dado y legalizado, si eso da pie a alguna injustica u opresión. Hablamos de cuestionar, para transformar no sólo realidades externas a nosotros/as, sino también ciertas emociones, individuales y colectivas, con el propósito de convertirlas en catalizadores poderosos para el cambio.
Concebirnos como sujetos/as políticos/as es una acción legítima, necesaria, pues si no nos asumimos como tales, perdemos la oportunidad de aportar un cambio sustancial a nuestra sociedad y, en cambio, recorrer el camino de acreditar y perpetuar la injusticia.
El especismo, que mi compañera abogada Julia Busqueta, define como “un orden profundo que naturaliza la discriminación de aquellos que no son integrantes de una cierta especie”, es un sistema exitoso. Este es nuestro enemigo, la estructura omnipotente, con gran capacidad para re inventarse de una manera cada vez más violenta, legal, subsidiada, institucionalizada, normalizada y legitimada.
La causa por la liberación de los demás animales es antiespecista por definición. Es decir, es una reivindicación de los derechos de los demás animales. Es una denuncia contra esta construcción violenta del mundo y pone en jaque la base sobre la que se erigió la especie humana. Su supuesto podio de supremacía, excepcionalidad y superioridad. Cuestiona, desde su raíz, aquellas premisas que se instalaron como verdades absolutas sobre el monopolio de la sintiencia y la conciencia. Desafía la legalidad en la que se apoya este modelo. ¡¿Cómo no va a ser política la causa animal y político el activismo que llevamos a cabo para defender sus derechos!?
Lo Animal es Político porque no podemos limitarnos a tomar prestadas formas de pensar convencionales, diseñadas en y para un mundo especista, que sostiene también otra multiplicidad de discriminaciones hacia los animales humanos (sexismo, racismo, etc.). Es político, además, porque estamos obligados/as a desromantizar el mundo de las leyes. Porque el Derecho tiene mucho que ver en este cúmulo de violencias. Debemos sospechar de él, desafiarlo, mantener una postura crítica cuando vuelve legal lo violento y lo cruel. Cuestionar los marcos de legalidad y el exceso de Fe Pública, es político. Preguntarnos “en qué legalidades vamos a educar”, también es político.
Para quienes nos consideramos activistas por los derechos de los demás animales, es imprescindible hacer esta reflexión, pues la lucha por la liberación animal requiere una transformación en sus paradigmas, en sus métodos. Necesitamos quitarla de ese limitado espacio personal en el que históricamente la hemos ubicado (de manera consciente o inconsciente) y colocarla donde tiene que estar: en los espacios públicos, políticos, que, como he explicado, no necesariamente son partidarios.
Por todo lo que he dicho, afirmo que es urgente convertirnos en agentes sociales políticos, capaces de desarrollar una vigilancia crítica, despierta, audaz, contra los poderes depredadores de todo lo viviente y sintiente. Capaces de detectar las falacias, los múltiples engaños, retóricas y argumentos tramposos que el sistema hace operar en nuestro razonamiento individual y colectivo, para reducir al absurdo nuestra causa.
El antiespecismo es una apuesta política, la más grande de todas. Al politizarlo, se revela como una potente arma de reflexión y exigencia de cambio.
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