El olor

Por Liliana Felipe. Compositora, activista por los derechos de los animales.

El olor es la sensación resultante de la recepción de un estímulo por el sistema sensorial olfativo y se genera por una mezcla compleja de gases, vapores y polvo, donde la composición de la mezcla influye en el tipo de olor percibido por el receptor.

Los olores tienen el poder de desencadenar en nuestro cuerpo múltiples reacciones de placer, de asco, de antojo, de terror. 

Si ponemos atención, percibiremos que el mundo entero es una caja de pandora de olores. Me refiero a la enorme contaminación que padece todo: ríos, mares, aire, tierra, selvas, desiertos, campo, ciudades, que enloquece a nuestros ojos, paladar, oídos y nariz.

Probablemente no lo sepas, pero cuando dejas de comer animales el sentido del olfato se torna superpoderoso e incontrolable. Prácticamente se convierte en otra persona que vive junto a ti, en ti,  sin disimulo. Comienzas entonces a entender que el olor no es inocente.

El olor de los lácteos es el olor de la desaparición, de la separación eterna de madres e hijxs, del dolor profundo de esta separación.

-Es que no puedo dejar los quesos…

El olor del cadáver de la vaca es ácido, pegajoso. Detrás de cada corte de cuchillo se escucha el grito de una criatura pacífica, sensible, amorosa, a quien el homo sapiens ha decidido que es para comer.

-Es que necesitamos proteína animal…

El olor del pollo muerto es a podrido y a sustancias químicas. El color es blanco-muerte. El blanco que da la falta de color, la falta de un segundo de alegría.

-Yo ya no como carnes rojas…

El olor de los peces es el dolor de la asfixia, de la muerte lenta de los océanos y con ellos de nuestro mundo.

-Yo ya sólo como peces, y bueno, mariscos porque son los insectos del océano…

El olor del cerdo asesinado es el olor de nuestra sangre. Es el olor del suicidio colectivo. Lo que más se subsidia en el mundo, es lo que nos mata física y moralmente.

-Para eso son criados, ¿no?

También es importante entender que nuestro olor personal tiene que ver con lo que comemos. Sudas lo que comes. Quizás por eso la gente que come animales fuma mucho, bebe alcohol en abundancia y se perfuma en exceso. Una enorme industria que trata de disimular los olores funciona en el mundo con mucho éxito. La gente que come animales no quiere oler  a lo que huele: a cadáver. Por ello, compra cualquier producto que lo disimule, porque quitárselo, no es posible. De ahí la enorme lista de desodorantes, algunos con “microcápsulas inteligentes”, lociones, jabones, mascarillas, purificadores, cremas, perfumes, geles, entre otros productos.

No deja de parecerme curioso que, para oler bien, se utilizaban sustancias que provenían del ano de animales como el gato de algalia, el cachalote, el castor y otros mamíferos. Se afirma que ahora se trata de sustancias sintéticas, pero yo soy muy mal pensada. Desde hace muchos años, sólo uso la piedra de alumbre, que hasta donde sé no tiene contraindicaciones, es barata y amigable con el ambiente.

Quizás estamos ante otro de los asuntos que la gente no quiere saber ni entender. El olor que nos habita habla más de lo que somos que nuestras palabras. Mientras nuestra piel hace lo posible por expulsarlo, nuestro cerebro se dedica a buscar excusas.

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