La existencia de los zoológicos, ¿merece celebrarse? Parte 1

Foto de Clamor de Libertad

Liliana Felipe

08.04.2024

El pasado 6 de julio del año en curso, el Gobierno de la Ciudad de México, celebró el cumpleaños 101 del Zoológico de Chapultepec. A propósito de lo que consideramos un lamentable evento, nos dimos a la tarea de traducir algunos fragmentos de la nota escrita por Emma Marris y publicada por The New York Times, el 14 de junio de 2021, titulada originalemente Modern zoos are not worth the moral cost.

El artículo, que en español titulamos Los zoológicos modernos no valen el costo moral, provee información valiosa, que justifica nuestro desencanto tanto por la existencia de estos espacios de confinamiento animal, como por la mencionada celebración en México. 

La nota expone, por una parte, cuáles son los orígenes de los zoológicos como “lugares de diversión y educación”, en el siglo XIX. Por otra parte señala que, mientras en la actualidad se presentan como lugares que brindan “protección” a diversas especies y promueven su “conservación”, la vida de los animales cautivos es poco menos que indignante.

Estos centros de confinamiento, entre otras prácticas deleznables, mantienen a muchos de los animales sedados con antidepresivos y “drogas psicoactivas” para controlar los “comportamientos impulsivos/compulsivos” que desarrollan a partir del encierro. Por otra parte, no existe evidencia que muestre que las personas que asisten a los zoológicos lo hagan “para aprender sobre la crisis de la biodiversidad o cómo pueden ayudar”. Todo parece indicar que su motivación es el mero entretenimiento.

Por último, la autora plantea cuál podría ser una alternativa que realmente favoreciera a los animales ahora cautivos. Esperamos que esta iniciativa genere un debate informado acerca la obsolescencia de los zoológicos, en todo el mundo.  A la Red Veganas Antiespecistas (RVA) no sólo nos interesa que se trate bien a “los animalitos”. Pugnamos porque se cierren los zoológicos, los acuarios, los mataderos. Porque se liberen a los animales que estén en condición de vivir en libertad. A quienes no, que se les lleve a santuarios antiespecistas y otros lugares en donde se dignifique, de manera inequívoca, su vida y sus necesidades.

Fragmentos de “Los zoológicos modernos no valen el costo moral”

Por Emma Marris

Los precursores del zoológico moderno, abierto al público y fundamentado en la ciencia, tomaron forma en el siglo XIX. Zoológicos públicos que surgieron por toda Europa, muchos de ellos inspirados en el zoológico de Londres en Regent’s Park. Aparentes lugares de diversión y educación refinada, los zoológicos se expandieron más allá de los animales grandes y temibles para incluir reptilarios, aviarios e insectarios. Las colecciones vivas a menudo se presentaban en orden taxonómico, con varias especies de la misma familia agrupadas, para realizar estudios comparativos.

Los primeros zoológicos albergaban animales encerrados en jaulas espartanas. Pero relativamente temprano en su evolución, un importador alemán de animales exóticos, llamado Carl Hagenbeck, cambió la forma en que se exhibían los animales salvajes. En su Animal Park, inaugurado en 1907 en Hamburgo, diseñó jaulas que no parecían jaulas, utilizando fosos y paredes de roca ingeniosamente colocadas para encerrar a los animales de forma invisible. Al diseñar estos recintos para que se pudieran ver muchos animales a la vez, sin rejas ni paredes en el campo de visión de los visitantes, creó un panorama inmersivo, en el que el hecho del cautiverio fue suplantado por la ilusión de estar en la naturaleza.

El modelo de Hagenbeck tuvo una gran influencia. Con mayor frecuencia, los animales fueron mostrados bajo el desagradable hecho de que su encarcelamiento se eludía visualmente. Los zoológicos solo pasaron levemente de las abiertas muestras de dominio sobre las bestias a una narrativa de benevolente protección de individuos animales. A partir de ahí, fue fácil dar el salto a la protección de especies animales.

El modelo de “visita educativa” de los zoológicos perduró hasta finales del siglo XX, cuando los zoológicos comenzaron a redefinirse activamente como contribuyentes serios de la conservación. Los animales del zoológico, según esta nueva narrativa, funcionan como poblaciones de respaldo para los animales salvajes en riesgo, así como “embajadores” de su especie, enseñando a los humanos y motivándolos a preocuparse por la vida silvestre. Este enfoque de conservación “debe ser un componente clave” para las instituciones que quieran ser acreditadas por la Asociación de Zoológicos y Acuarios, una organización sin fines de lucro que establece estándares y políticas para instalaciones en Estados Unidos y otros 12 países.

Esta es la imagen del zoológico con la que crecí: la institución cívica inequívocamente buena que cuidaba con amor a los animales tanto en sus instalaciones como, de alguna manera, vagamente, en sus hábitats salvajes. Algunos zoológicos son famosos por su trabajo de conservación. Cuatro de los zoológicos y acuarios de la ciudad de Nueva York, por ejemplo, son administrados por la Wildlife Conservation Society, que participa en esfuerzos de conservación en todo el mundo. Pero esta no es la norma.

Mientras hacía la investigación para mi libro sobre la ética de las interacciones humanas con especies salvajes, “Wild Souls”, examiné de qué manera, exactamente, los zoológicos contribuyen a la conservación de los animales salvajes.

La A.Z.A. (Asociación de Zoológicos y Acuarios) informa que gastan aproximadamente $231 millones anualmente en proyectos de conservación. En comparación, en 2018 gastaron $4,900 millones de dólares en operaciones y construcción. Encuentro una estadística particularmente reveladora sobre sus prioridades: un análisis de 2018 de los artículos científicos producidos por los miembros de la asociación entre 1993 y 2013 mostró que apenas un 7 por ciento de ellos, anualmente, se clasificaban como acerca de “conservación de la biodiversidad”.

Zoológicos acreditados por la A.Z.A. o por la Asociación Europea de Zoológicos y Acuarios tienen libros genealógicos y pedigríes genéticos, y crían cuidadosamente a sus animales como si en cualquier momento pudieran ser llamados a liberarlos, como Noé abriendo las puertas del arca, en un hábitat salvaje que los espera. Pero ese día de liberación nunca parece llegar.

Hay algunas excepciones. El oryx árabe, un antílope originario de la Península Arábiga, se extinguió en estado salvaje en la década de 1970 y luego fue reintroducido en la naturaleza desde poblaciones de zoológicos. El programa de cría del cóndor de California, que casi con certeza salvó a la especie de la extinción, incluye cinco zoológicos como socios activos. Hurones de patas negras y lobos rojos en Estados Unidos, así como titíes león dorado en Brasil (todos también en peligro de extinción), han sido criados en zoológicos para su reintroducción en la naturaleza. Se estima que en estado salvaje únicamente quedan 20 lobos rojos.

La A.Z.A. dice que sus miembros organizan “más de 50 programas de reintroducción de especies catalogadas como amenazadas o en peligro de extinción según la Ley de Especies en Peligro de Extinción”. Sin embargo, una gran mayoría de animales de zoológico (hay 800,000 animales de 6,000 especies tan solo en los zoológicos de la A.Z.A.) pasarán toda su vida en cautiverio, ya sea muriendo de vejez después de toda una vida en exhibición o siendo sacrificados como “excedentes”.

Los zoológicos mantienen en silencio la práctica de matar animales “excedentes”, pero sucede, especialmente en Europa. En 2014, el director de la E.A.Z.A. estimó que entre 3,000 y 5,000 animales son sacrificados cada año en los zoológicos europeos. (El sacrificio de mamíferos específicamente en los zoológicos de E.A.Z.A. “normalmente no supera los 200 animales por año”, dijo la organización). Al principio de la pandemia, el zoológico de Neumünster en el norte de Alemania anunció fríamente un plan de emergencia para hacer frente a la pérdida de ingresos alimentando a algunos animales con otros animales, comprimiendo la cadena alimenticia en el zoológico como un acordeón, hasta que, en el peor de los casos, solo quedaría en pie Vitus, un oso polar. Las políticas de la AZA permiten la eutanasia de animales, pero el presidente de la asociación, Dan Ashe, me dijo que “muy rara vez la emplean” sus instituciones miembros.

Ashe, ex director del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, sugirió que aprender a criar animales contribuye a la conservación a largo plazo, incluso si ahora se liberan muy pocos animales. Puede llegar un día, mencionó, en el que necesitemos criar elefantes, tigres u osos polares en cautiverio para salvarlos de la extinción. “Si no tienes personas que sepan cómo cuidarlos, cómo criarlos exitosamente, cómo mantenerlos en entornos donde se puedan satisfacer sus necesidades sociales y psicológicas, entonces no podrás hacerlo”, dijo.

El otro argumento que suelen esgrimir los zoológicos es que educan al público sobre los animales y desarrollan en las personas una ética de conservación. Después de haber visto un majestuoso leopardo en el zoológico, el visitante está más dispuesto a pagar por su conservación o votar por políticas que lo preserven en estado salvaje. Lo que Ashe quiere que los visitantes experimenten cuando observen a los animales es un “sentido de empatía por el animal individual, así como por las poblaciones salvajes de ese animal”.

Pero no hay evidencia inequívoca de que los zoológicos estén haciendo que los visitantes se preocupen más por la conservación o tomen medidas para apoyarla. Después de todo, más de 700 millones de personas visitan zoológicos y acuarios en todo el mundo cada año, y la biodiversidad sigue en declive.

En un estudio de 2011, los investigadores le preguntaron a los visitantes de los zoológicos de Cleveland, Bronx, Prospect Park y Central Park sobre su nivel de preocupación ambiental y qué pensaban sobre los animales. Aquellos que reportaron “una sensación de conexión con los animales en el zoológico” también correlacionaron positivamente con la preocupación ambiental general. Por otro lado, informaron los investigadores, «no hubo diferencias significativas en las respuestas a la encuesta antes de ingresar a una exhibición en comparación con las obtenidas cuando los visitantes salían».

Un estudio realizado en 2008 entre 206 visitantes del zoológico, realizado por algunos miembros del mismo equipo, mostró que mientras el 42 por ciento dijo que el “objetivo principal” del zoológico era “enseñar a los visitantes sobre los animales y la conservación”, el 66 por ciento dijo que su razón principal para ir era “salir con amigos o familiares”, y solo el 12 por ciento dijo que su intención era “aprender sobre los animales”.

Los investigadores también espiaron cientos de conversaciones de visitantes en el Zoológico del Bronx, el Zoológico Brookfield en las afueras de Chicago y el Zoológico Metroparks de Cleveland. Descubrieron que únicamente el 27 por ciento de las personas se molestaban en leer los carteles de las exposiciones. Se registraron más de 6.000 comentarios hechos por los visitantes, casi la mitad de los cuales eran “declaraciones puramente descriptivas que afirmaban un hecho sobre la exposición o el animal”. Los investigadores escribieron: “En todas las declaraciones recopiladas, nadie proporcionó información que nos hiciera creer que tenían la intención de defender la protección del animal o la intención de cambiar su propio comportamiento”.

La gente no va a los zoológicos para aprender sobre la crisis de la biodiversidad o cómo pueden ayudar. Van para salir de casa, para sacar sus hijos al aire libre, para ver animales interesantes. Van por la misma razón por la que la gente iba a los zoológicos en el siglo XIX: para entretenerse.

*

Pero muchos animales nos muestran claramente que no disfrutan del cautiverio. Cuando están confinados se mecen, se tiran del pelo y realizan otros tics. Los tigres en cautiverio caminan de un lado a otro, y en un estudio de 2014, los investigadores encontraron que “el tiempo dedicado a caminar por una especie en cautiverio se predice mejor por las distancias diarias recorridas en la naturaleza por los especímenes salvajes”. Es casi como si se sintieran impulsados ​​a patrullar su territorio, a cazar, a moverse, a caminar una determinada cantidad de pasos, como si tuvieran un Fitbit en el cerebro.

Los investigadores dividieron los comportamientos extraños de los animales cautivos en dos categorías: “comportamientos impulsivos/compulsivos”, que incluyen coprofagia (comer heces), regurgitación, automordeduras y mutilación, agresividad exagerada e infanticidio, y “estereotipias”, que son movimientos repetidos sin cesar. Los elefantes mueven la cabeza una y otra vez. Los chimpancés se arrancan el pelo. Las jirafas mueven la lengua sin cesar. Los osos y los gatos caminan. Algunos estudios han demostrado que hasta el 80 por ciento de los carnívoros de los zoológicos, el 64 por ciento de los chimpancés de los zoológicos y el 85 por ciento de los elefantes de los zoológicos han mostrado conductas compulsivas o estereotipadas.

Los elefantes son particularmente infelices en los zoológicos, dado su gran tamaño, naturaleza social y complejidad cognitiva. Muchos sufren de artritis y otros problemas articulares por estar parados sobre superficies duras; los elefantes que se mantienen solos se vuelven desesperadamente solitarios; y todos los elefantes de zoológico sufren mentalmente por estar encerrados en patios diminutos mientras sus primos en libertad caminan hasta 80 kilómetros por día. Los elefantes de los zoológicos tienden a morir jóvenes. Al menos 20 zoológicos en Estados Unidos ya han puesto fin a sus exhibiciones de elefantes en parte debido a preocupaciones éticas sobre mantener a la especie en cautiverio.

Muchos zoológicos usan Prozac y otras drogas psicoactivas en al menos algunos de sus animales para lidiar con los efectos mentales del cautiverio. El Zoológico de Los Ángeles ha utilizado Celexa, un antidepresivo, para controlar la agresión en uno de sus chimpancés. A Gus, un oso polar en el Zoológico de Central Park, le dieron Prozac como parte de un intento de impedir que nade interminables vueltas en forma de ocho en su pequeña piscina. El Zoológico de Toledo ha administrado a cebras y ñus el antipsicótico haloperidol para mantenerlos tranquilos y ha recetado Prozac a un orangután. Cuando una gorila hembra llamada Johari siguió luchando contra el macho con el que la habían colocado, el zoológico le administró Prozac hasta que le permitió aparearse con ella. Una encuesta realizada en 2,000 en zoológicos de Estados Unidos y Canadá encontró que casi la mitad de los encuestados estaban dando a sus gorilas Haldol, Valium u otra droga psicofarmacéutica.

Algunos animales del zoológico intentan escapar. El libro de Jason Hribal de 2010, “Fear of the Animal Planet”, narra docenas de intentos. Los elefantes ocupan un lugar destacado en su libro, en parte porque son tan grandes que cuando escapan generalmente son noticia.

Hribal documentó muchas historias de elefantes que huyeron; en un caso, se dirigieron a un bosque cercano con un estanque para darse un baño de barro. También encontró muchos ejemplos de elefantes de zoológico que lastimaban o mataban a sus cuidadores y evidencia que los zoológicos rutinariamente restaban importancia o incluso mentían sobre dichos incidentes.

Los elefantes no son la única especie que intenta huir de la vida en un zoológico. Tatiana, la tigresa, recluida en el Zoológico de San Francisco, estalló un día de 2007 después de que tres adolescentes estuvieron molestándola. De alguna forma, escaló el muro de más de tres metros y medio que rodeaba su recinto de 305 metros cuadrados y atacó a uno de los adolescentes, matándolo. Los demás corrieron y ella los persiguió, ignorando a todos los demás humanos en su camino. Cuando alcanzó a los chicos en el café, los atacó antes de que la policía la matara a tiros. Los investigadores encontraron palos y piñas de pinos dentro de su recinto, probablemente arrojados por los chicos.

Los simios son excelentes para escapar. El pequeño Joe, un gorila, escapó dos veces del zoológico Franklin Park de Boston en 2003. En el zoológico de Los Ángeles, una gorila llamada Evelyn escapó siete veces en 20 años. Los simios son conocidos por abrir cerraduras y vigilar a sus captores, esperando el día en que alguien se olvide de cerrar la puerta. Un orangután del zoológico de Omaha tenía escondido en la boca un alambre para abrir cerraduras. Un gorila llamado Togo, del Zoológico de Toledo, utilizó su increíble fuerza para doblar los barrotes de su jaula. Cuando el zoológico reemplazó las barras con vidrio grueso, comenzó a quitar metódicamente el mastique que lo sujetaba. En la década de 1980, un grupo de orangutanes escapó varias veces en el Zoológico de San Diego. En una fuga trabajaron juntos: uno sostenía firmemente el mango de un trapeador mientras su hermana subía por él para liberarse. En otra ocasión, uno de los orangutanes, Kumang, aprendió a usar palos para conectar a tierra la corriente en el cable eléctrico alrededor de su recinto. Entonces podía trepar por el cable sin recibir descargas eléctricas. Es imposible leer estas historias sin concluir que estos animales querían salir.

“No veo ningún problema en tener animales para exhibirlos”, me dijo el Sr. Ashe. “La gente supone que, como un animal puede moverse grandes distancias, elegirían hacerlo”. Si tuvieran cerca todo lo que necesitan, afirmó, estarían contentos con territorios más pequeños. Y es cierto que el tamaño del territorio de un animal como el lobo depende en gran medida de la densidad de recursos y de otros lobos. Pero luego está el verlos dando vueltas en un mismo lugar o balanceándose obsesivamente de adelante a atrás. Señalé que no podemos preguntar a los animales si están contentos con el tamaño de su recinto. “Eso es cierto”, dijo. “Siempre existe ese elemento de elección que se les arrebata en un entorno cautivo. Eso es innegable”. Su justificación fue filosófica. Al final, dijo, “vivimos con nuestras propias limitaciones”. Y añadió: “Todos estamos cautivos en algunos aspectos, desde limitaciones sociales, éticas y religiosas hasta de otro tipo en nuestra vida y nuestras actividades”.

¿Qué pasaría si los zoológicos dejaran de reproducir a todos sus animales, con la posible excepción de cualquier especie en peligro de extinción con posibilidades reales de ser devuelta a la naturaleza? ¿Y si enviaran a refugios a todos los animales que necesitan áreas realmente grandes o mucha libertad y socialización? Una vez desaparecidos sus simios, elefantes, grandes felinos y otras especies grandes e inteligentes, podrían ampliar los recintos para el resto de los animales, concentrándose en mantenerlos sumamente felices hasta su muerte natural. Con el tiempo, los únicos animales en exhibición serían algunos antiguos remanentes de las viejas exhibiciones, animales en programas activos de reproducción y conservación y, tal vez, algunos rescates.

Estos zoológicos podrían incluso fusionarse con santuarios, lugares que acogen animales salvajes que, debido a lesiones o a una vida de cautiverio, no pueden vivir en la naturaleza. Los refugios existentes a menudo permiten visitas, pero sus instalaciones en realidad están diseñadas para los animales, no para las personas. Estos zoológicos-refugio podrían convertirse en lugares donde vivan animales. Verlos sería secundario.

Emma Marris es escritora medioambiental y autora del libro “Wild Souls: Freedom and Flourishing in the Non-Human World”. Fotografías de Peter Fisher.

Este artículo se publicó originalmente en The New York Times, el 14 de junio de 2021.

Traducción @Anakindm

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