La crueldad contra los animales

Red Veganas Antiespecistas

06.04.2023

Así como Elena Poniatowska abre su corazón por los animales en este artículo, a propósito del terrible caso del perrito Scooby, todxs debiéramos entender que los animales considerados «de consumo», “de experimentación», “de tracción», “de entretenimiento», etc., viven toda su vida dentro del cazo de aceite hirviendo…

Elena Poniatowska

 

 

 

 

Fuente: La Jornada

 

 

 

 

 

 

 

 

Elena Iturbe de Amor fundó en los 40 una Sociedad Protectora de Animales con doña Guillermina Lozano, una de las escasas arpistas que tocaba su antiguo y poético instrumento en la orquesta del maestro Carlos Chávez, fundador de la Orquesta Sinfónica de México. Más tarde, Guillermina Lozano tocó su arpa bajo la dirección de José Yves Limantour, hijo del secretario de Hacienda de don Porfirio, quien durante años dirigió la orquesta sinfónica de Jalapa.

 

 

 

 

Además de tocar como los ángeles, doña Guillermina Lozano recogía con sus manos de artista perros de la calle y su preocupación por los animales la hizo muy amiga de mi abuela. Los vecinos de Guillermina Lozano se quejaban del olor que emanaba de su modesta casa: todos los desperdicios animales le hacían un halo de santidad maloliente y lo mismo sucedía en el espacio que ocupaba ella con su arpa en la orquesta de Carlos Chávez. También los músicos se preguntaban qué clase de perfume usaba doña Guillermina. (Por cierto, el perfume se fija con orines de chivo).

 

 

 

 

En cambio, la casa porfiriana de mi abuela en la calle de Berlín 6, en la colonia Juárez, contaba con un patio que Aurelia y Otilia lavaban a manguerazos todas las madrugadas y, por lo tanto, no había queja alguna de nuestros vecinos; el más inmediato, don Isidro Fabela, juez de la Corte Internacional de La Haya cuyo solo nombre dejó una huella humanista indeleble.

 

 

 

 

En los diarios de la última semana, es fácil leer que un hombre de oficio policía, Sergio Morales Buendía, al pasar por un mercado lanzó al perro Scooby a un cazo de aceite hirviente en Tecámac, estado de México. Este solo gesto demuestra que la crueldad contra los animales sigue vigente. Carlos Monsiváis se preocupó por los gatos, sobre todo los de su colonia Portales, así como mi abuela, 40 años antes, se había dedicado a recoger y a curar perros callejeros. Hoy por hoy, Elideth Fernández se ha responsabilizado de gatos, perros y toros en su estado, Veracruz, pero en nuestra inmensa capital, la crueldad contra los animales sigue vigente. Con solo ir al rastro y ver cómo se mata a un bovino, cualquier espectador pierde todo deseo de seguir comiendo carne y sólo hay un paso que dar: volverse vegetariano como hace años lo hicieron Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe: eliminar la carne durante el resto de los años que a todos nos toca vivir.

 

 

 

 

En los 40, en las calles de la Ciudad de México, incluso en las más protegidas como las de la colonia Juárez que todavía ostentan los nombres de las grandes capitales del mundo, Berlín, París, Londres, los perros sin dueño andaban como Pedro por su casa. Supongo que los gatos también, pero los perros son, finalmente, mucho más indefensos. En esos años, Elena Amor, mi abuela, recogió a uno y luego, al caminar por la Plaza Washington encontró a una perra con su camada de recién nacidos y, después, ya muy preocupada por la crueldad contra los animales, fundó un asilo en la avenida Toluca con la ayuda del internacionalista Isidro Fabela.

 

 

 

 

Todos los perros perdidos que recogió mi abuela ahora están en el paraíso y ya ninguno es tuerto, cojo, viejo o roñoso ni se rasca hasta sacarse sangre. Sus necesidades desaparecieron a manguerazo limpio y “la región más transparente del aire” tal y como la llamó don Alfonso Reyes y la retomó Carlos Fuentes en La región más transparente quedó a salvo. Lo que sí queda comprobado es que ningún libro sobre la Tierra ha logrado borrar la tragedia de la vida de los animales.

 

 

 

 

El policía Sergio Morales Buendía lanzó a un cazo de aceite hirviente listo para hacer chicharrón al perro Scooby y esta noticia indignó a quienes la leímos. Deduje que la lucha en contra de la crueldad con los animales que libró mi abuela no había avanzado, pero un diario hizo énfasis en que la muerte del animal en aceite hirviente fue lenta y que los testigos se detuvieron a protestar. Algo hemos ganado porque hace 70 años ningún periódico se habría preocupado por informar de la crueldad en contra de un animal.

 

 

 

 

En los 40, la crueldad contra los animales no era noticia, hoy si lo es. En los 40, los denunciantes eran personas mayores cuyas protestas o comentarios de indignación no se tomaban en cuenta. Hoy, los diarios denuncian el maltrato y la tortura. En el estado de México, la crueldad contra los animales se sanciona con tres a seis años de cárcel y si los servidores públicos cometen un acto de maltrato, la pena aumenta 50 por ciento y llega hasta el despido.

 

 

 

 

A pesar de que en la Ciudad de México se cuenta con la Ley de Protección a los Animales, su situación no ha mejorado. ¡Si no lo cree, querido lector, vaya al rastro a ver cómo matan a los animales! En la carretera Querétaro-México es terrible ver camiones apretados de puercos, pegados unos a otros cuyo final es el matadero. Esa sola visión de animales rumbo a su muerte hace pensar en nuestra propia muerte porque su destino finalmente son el nuestro, puesto que todos somos animales. Volvernos dignos de ser llamados “humanos” tiene mucho que ver con ese trayecto porcino al matadero.

 

 

 

 

El perro que en el momento de su muerte todavía mueve la cola al ver a su amo, el perro que permanece día y noche, semana tras semana, sobre la tumba del difunto hasta que él mismo muere, el que acompaña a su dueño a la estación de lunes a viernes y lo espera en la tarde para verlo bajar del tren sin entender que no regresará jamás, el perro guardián de la casa a riesgo de su propia vida, el perro cuyos dueños quieren deshacerse de él y lo tiran en la carretera y para su gran vergüenza encuentra su camino de regreso a la casa, ese es el animal que, a la hora de la verdad, nos salva cuando estamos a punto de ahogarnos.

 

 

 

 

Imposible olvidar la película japonesa en homenaje al perro Hachikō que todos los días de su vida fue a la estación de Shibuya a recoger al profesor Hidesaburō Ueno. Su amo murió, y Hachiko siguió yendo a buscarlo durante nueve años. Los japoneses le hicieron una estatua.

 

 

 

 

En México, el Movimiento Consciencia y otros grupos organizan ahora una “Gran Marcha por los Derechos de los Animales”. El caso de Scooby despertó conciencias y la sociedad ha manifestado su indignación. Elideth y su Movimiento Consciencia impulsa que se apruebe el artículo 73 y el 4 como reforma constitucional. El Presidente ya habló de una Ley General de Protección Animal que le planteó Elideth Fernández en la mañanera, pero hay que seguir presionando.

 

 

Elena Poniatowska

Fuente: La Jornada

Elena Iturbe de Amor fundó en los 40 una Sociedad Protectora de Animales con doña Guillermina Lozano, una de las escasas arpistas que tocaba su antiguo y poético instrumento en la orquesta del maestro Carlos Chávez, fundador de la Orquesta Sinfónica de México. Más tarde, Guillermina Lozano tocó su arpa bajo la dirección de José Yves Limantour, hijo del secretario de Hacienda de don Porfirio, quien durante años dirigió la orquesta sinfónica de Jalapa.

Además de tocar como los ángeles, doña Guillermina Lozano recogía con sus manos de artista perros de la calle y su preocupación por los animales la hizo muy amiga de mi abuela. Los vecinos de Guillermina Lozano se quejaban del olor que emanaba de su modesta casa: todos los desperdicios animales le hacían un halo de santidad maloliente y lo mismo sucedía en el espacio que ocupaba ella con su arpa en la orquesta de Carlos Chávez. También los músicos se preguntaban qué clase de perfume usaba doña Guillermina. (Por cierto, el perfume se fija con orines de chivo).

En cambio, la casa porfiriana de mi abuela en la calle de Berlín 6, en la colonia Juárez, contaba con un patio que Aurelia y Otilia lavaban a manguerazos todas las madrugadas y, por lo tanto, no había queja alguna de nuestros vecinos; el más inmediato, don Isidro Fabela, juez de la Corte Internacional de La Haya cuyo solo nombre dejó una huella humanista indeleble.

En los diarios de la última semana, es fácil leer que un hombre de oficio policía, Sergio Morales Buendía, al pasar por un mercado lanzó al perro Scooby a un cazo de aceite hirviente en Tecámac, estado de México. Este solo gesto demuestra que la crueldad contra los animales sigue vigente. Carlos Monsiváis se preocupó por los gatos, sobre todo los de su colonia Portales, así como mi abuela, 40 años antes, se había dedicado a recoger y a curar perros callejeros. Hoy por hoy, Elideth Fernández se ha responsabilizado de gatos, perros y toros en su estado, Veracruz, pero en nuestra inmensa capital, la crueldad contra los animales sigue vigente. Con solo ir al rastro y ver cómo se mata a un bovino, cualquier espectador pierde todo deseo de seguir comiendo carne y sólo hay un paso que dar: volverse vegetariano como hace años lo hicieron Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe: eliminar la carne durante el resto de los años que a todos nos toca vivir.

En los 40, en las calles de la Ciudad de México, incluso en las más protegidas como las de la colonia Juárez que todavía ostentan los nombres de las grandes capitales del mundo, Berlín, París, Londres, los perros sin dueño andaban como Pedro por su casa. Supongo que los gatos también, pero los perros son, finalmente, mucho más indefensos. En esos años, Elena Amor, mi abuela, recogió a uno y luego, al caminar por la Plaza Washington encontró a una perra con su camada de recién nacidos y, después, ya muy preocupada por la crueldad contra los animales, fundó un asilo en la avenida Toluca con la ayuda del internacionalista Isidro Fabela.

Todos los perros perdidos que recogió mi abuela ahora están en el paraíso y ya ninguno es tuerto, cojo, viejo o roñoso ni se rasca hasta sacarse sangre. Sus necesidades desaparecieron a manguerazo limpio y “la región más transparente del aire” tal y como la llamó don Alfonso Reyes y la retomó Carlos Fuentes en La región más transparente quedó a salvo. Lo que sí queda comprobado es que ningún libro sobre la Tierra ha logrado borrar la tragedia de la vida de los animales.

El policía Sergio Morales Buendía lanzó a un cazo de aceite hirviente listo para hacer chicharrón al perro Scooby y esta noticia indignó a quienes la leímos. Deduje que la lucha en contra de la crueldad con los animales que libró mi abuela no había avanzado, pero un diario hizo énfasis en que la muerte del animal en aceite hirviente fue lenta y que los testigos se detuvieron a protestar. Algo hemos ganado porque hace 70 años ningún periódico se habría preocupado por informar de la crueldad en contra de un animal.

En los 40, la crueldad contra los animales no era noticia, hoy si lo es. En los 40, los denunciantes eran personas mayores cuyas protestas o comentarios de indignación no se tomaban en cuenta. Hoy, los diarios denuncian el maltrato y la tortura. En el estado de México, la crueldad contra los animales se sanciona con tres a seis años de cárcel y si los servidores públicos cometen un acto de maltrato, la pena aumenta 50 por ciento y llega hasta el despido.

A pesar de que en la Ciudad de México se cuenta con la Ley de Protección a los Animales, su situación no ha mejorado. ¡Si no lo cree, querido lector, vaya al rastro a ver cómo matan a los animales! En la carretera Querétaro-México es terrible ver camiones apretados de puercos, pegados unos a otros cuyo final es el matadero. Esa sola visión de animales rumbo a su muerte hace pensar en nuestra propia muerte porque su destino finalmente son el nuestro, puesto que todos somos animales. Volvernos dignos de ser llamados “humanos” tiene mucho que ver con ese trayecto porcino al matadero.

El perro que en el momento de su muerte todavía mueve la cola al ver a su amo, el perro que permanece día y noche, semana tras semana, sobre la tumba del difunto hasta que él mismo muere, el que acompaña a su dueño a la estación de lunes a viernes y lo espera en la tarde para verlo bajar del tren sin entender que no regresará jamás, el perro guardián de la casa a riesgo de su propia vida, el perro cuyos dueños quieren deshacerse de él y lo tiran en la carretera y para su gran vergüenza encuentra su camino de regreso a la casa, ese es el animal que, a la hora de la verdad, nos salva cuando estamos a punto de ahogarnos.

Imposible olvidar la película japonesa en homenaje al perro Hachikō que todos los días de su vida fue a la estación de Shibuya a recoger al profesor Hidesaburō Ueno. Su amo murió, y Hachiko siguió yendo a buscarlo durante nueve años. Los japoneses le hicieron una estatua.

En México, el Movimiento Consciencia y otros grupos organizan ahora una “Gran Marcha por los Derechos de los Animales”. El caso de Scooby despertó conciencias y la sociedad ha manifestado su indignación. Elideth y su Movimiento Consciencia impulsa que se apruebe el artículo 73 y el 4 como reforma constitucional. El Presidente ya habló de una Ley General de Protección Animal que le planteó Elideth Fernández en la mañanera, pero hay que seguir presionando.

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